Lúquez: "La viveza de unos pocos es la muerte de aquello que es de todos"
La sociedad se vació de valores y se llenó de indiferencia, vulgaridad y salvajismo. Indiferencia de muchos por temor a represalias de unos pocos, el denunciar lo malo es malo, y el callar es otorgar espacio a la barbarie. Vulgaridad de esos pocos que se creen dueños de barrios y ciudades, negando lo que es de todos, porque exhiben una conducta propia de bestias, mutándose en seres salvajes, destruyen, a veces bajo el manto de la cobardía que pretende transformarse en una especie de “patriada vikinga”, dejando a su paso desolación. No saben hacer otra cosa. Niegan la realidad y quieren imponer, por la vía de los hechos, el poder del daño.
Así, la viveza de esos pocos es la muerte de aquello que es de todos. Es una especie de oligarquía (el poder de esos pocos) del daño, que quiere dominar a la sociedad (que calla por temor y no denuncia); obviamente, ello se agrava y genera un proceso de institucionalización de la situación cuando la Autoridad mira para el costado y no castiga como la ley manda.
El daño es un delito, perseguible por el Estado para el castigo del delincuente. Porque el que infiere daño sobre cosa ajena o pública, es un criminal cuya conducta merece el reproche de culpabilidad. Sí son mayores de edad, se les aplica el derecho penal común, sin perjuicio de la responsabilidad civil por el daño ocasionado sobre esos bienes. Y si nos inimputables, son civilmente responsables los padres y hasta éstos, pueden llegar a ser criminalmente responsable por la omisión de ejercer los deberes inherentes a la Patria Potestad.
En lo personal, estoy cansado de ser una voz que enronquece en medio de esa indiferencia o desprendimiento social. Nadie vio nada. El silencio es el mejor cómplice de estas fechorías ciudadanas, y va afianzando un statu quo donde reinan los bandidos y los honestos muerden la bronca.
Todo esto viene a colación de un nuevo daño que los bienes públicos o expuestos al público, ganan. El pasado domingo 2 de diciembre, uno de los dos bancos que fueron colocados el pasados 31 de octubre en la plazoleta Dr. Cándido Juanicó, fue partido al medio por sabandijas. Antes, había sido un árbol que fue quebrado; y antes, la remoción del busto a Cándido Juanicó. Eso fue después del acribillamiento de la placa en honor a quien gracias a él, somos quienes vivimos acá: juanicoenses. Municiones llenas de odio y vacías de amor a la localidad. Pedreas que parece ser una rebelión de protesta contra lo que es de todos, y unos pocos se jactan de negarlo con el daño.
Hay quienes dicen que están cansados de ver desfilar “caballos y militares” por Juanicó; y hay quienes que no sólo no sienten a las fiestas locales como propias, sino que destruyen con la palabra pero también con la mano que se alza para romper o sustraer.
Este es el Juanicó que unos pocos se han encargado de mostrar, claro…su cara más fea y morbosa. Esos pocos que con la complicidad silenciosa de una mayoría, matan el trabajo comunitario de otros pocos. Es cierto, esos vándalos o criminales, no son hinchas del “Juani”, no. Son devotos del destrozo y de la depresión urbana a la que están sumiendo a esta localidad.
Sí la negación de lo bueno, de lo que es de todos, cuenta con el silencio indiferente de una mayoría; sí las autoridades no cumplen con la ley, sancionando y reprimiendo estas acciones, no actúan por el temor secular de “perder votos”; sí los centros educativos y las instituciones no cumplen con un papel formador o promotor de valores ciudadanos, es porque el trabajo comunitario de unos pocos, de nada sirvió. Y se da así, una clara señal de que un proceso constructor de identidad cultural ha llegado a su fin, sin frutos sociales que el mismo quiso cosechar y un ladrón llamado “desarraigo” arrebató.
El daño es un delito, perseguible por el Estado para el castigo del delincuente. Porque el que infiere daño sobre cosa ajena o pública, es un criminal cuya conducta merece el reproche de culpabilidad. Sí son mayores de edad, se les aplica el derecho penal común, sin perjuicio de la responsabilidad civil por el daño ocasionado sobre esos bienes. Y si nos inimputables, son civilmente responsables los padres y hasta éstos, pueden llegar a ser criminalmente responsable por la omisión de ejercer los deberes inherentes a la Patria Potestad.
En lo personal, estoy cansado de ser una voz que enronquece en medio de esa indiferencia o desprendimiento social. Nadie vio nada. El silencio es el mejor cómplice de estas fechorías ciudadanas, y va afianzando un statu quo donde reinan los bandidos y los honestos muerden la bronca.
Todo esto viene a colación de un nuevo daño que los bienes públicos o expuestos al público, ganan. El pasado domingo 2 de diciembre, uno de los dos bancos que fueron colocados el pasados 31 de octubre en la plazoleta Dr. Cándido Juanicó, fue partido al medio por sabandijas. Antes, había sido un árbol que fue quebrado; y antes, la remoción del busto a Cándido Juanicó. Eso fue después del acribillamiento de la placa en honor a quien gracias a él, somos quienes vivimos acá: juanicoenses. Municiones llenas de odio y vacías de amor a la localidad. Pedreas que parece ser una rebelión de protesta contra lo que es de todos, y unos pocos se jactan de negarlo con el daño.
Hay quienes dicen que están cansados de ver desfilar “caballos y militares” por Juanicó; y hay quienes que no sólo no sienten a las fiestas locales como propias, sino que destruyen con la palabra pero también con la mano que se alza para romper o sustraer.
Este es el Juanicó que unos pocos se han encargado de mostrar, claro…su cara más fea y morbosa. Esos pocos que con la complicidad silenciosa de una mayoría, matan el trabajo comunitario de otros pocos. Es cierto, esos vándalos o criminales, no son hinchas del “Juani”, no. Son devotos del destrozo y de la depresión urbana a la que están sumiendo a esta localidad.
Sí la negación de lo bueno, de lo que es de todos, cuenta con el silencio indiferente de una mayoría; sí las autoridades no cumplen con la ley, sancionando y reprimiendo estas acciones, no actúan por el temor secular de “perder votos”; sí los centros educativos y las instituciones no cumplen con un papel formador o promotor de valores ciudadanos, es porque el trabajo comunitario de unos pocos, de nada sirvió. Y se da así, una clara señal de que un proceso constructor de identidad cultural ha llegado a su fin, sin frutos sociales que el mismo quiso cosechar y un ladrón llamado “desarraigo” arrebató.
FERNANDO LÚQUEZ.-
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