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Agrupación DORVAL SILVERA SARAVIA

HACIA ADELANTE

De niño he palpitado  las ansias de incursionar en la actividad política. La interpreto como una cuestión no tanto visceral, sino más bien que se incrusta en el espíritu; en buen romance, es una vocación. Y no se cierne precisamente por la aspiración del poder por el poder mismo. ¿De qué sirve detentarlo sí no es concebido como instrumento? Es claro, el poder es accesorio al servicio, debe perseguir un fin: el bienestar general.

        Nunca me motivó participar de emprendimientos que persigan al poder como fin, y no como instrumento. Sí soy nuevamente candidato, como pretendo serlo, lo soy por tres razones: En primer lugar, soy obediente a un espiritual llamado de servicio a la Patria. El Uruguay necesita de todos, sin importar la carga ideológica, sino la proyección o visión que llevamos sobre el destino nacional. Destino que debe atender al recupero de valores que reivindiquen la defensa y vigencia con equidad de todos los derechos humanos y de todos; en el fiel cumplimiento del orden jurídico en su plenitud y de manera integral, que las leyes de los gobiernos circunstanciales no pongan en duda la vigencia constitucional y las convenciones o tratados que el Estado uruguayo es parte. En segundo lugar, la finalidad política es el servicio para la sociedad en su conjunto, no para una fracción política o sector social determinado, perjudicando a otros. Eso no es, precisamente, lo que el Partido de la Nación, ha estado llamado desde 1836  a zurcir los hilos de la legalidad para establecer en el orden, el desarrollo y prosperidad del país, y lo hizo en las veces, que le cupo la honorable responsabilidad de conducirle. “Lo que es bueno para el país, es bueno para el partido”, sabia sentencia política del Senador Dardo Ortiz, que describe diáfanamente la vocación nacional de la divisa y sus servidores a lo largo y ancho de la historia patria. Y, por encima de todo ello, en tercer lugar, el impostergable futuro nos convoca, de manera inexorable, a todos. Uruguay merece un rumbo cierto cuya mira se fije hacia adelante, quizá con la misma inspiración cívica de los primeros tiempos; obviamente, sustituyendo aquellas pretéritas armas, como el sable y la carabina, por otras, como el diálogo hincado en el respeto a la divergencia, a lo otro, y desde el intercambio, bregar por mejores proyectos que instalen uno nuevo para el país que supere al actual, inclusivo, no exclusivo, integrador, no desmembrador de los orientales en bandos malos y buenos. Se terminó el Uruguay de las cuchillas, hoy empieza el país que mira hacia adelante y con todos.

Dr. Fernando Lúquez Cilintano.-     

 

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